El asesinato de un joven provocó violenta reacción
Un hecho trágico y confuso sucedió este domingo 7 de enero pasado en el barrio Toba de Roullión al fondo. Aquí la crónica publicada en el diario La Capital:
Andrés Abramowski / La Capital
La historia no estaba muy clara salvo por lo siguiente: un quintero mató de un disparo en el pecho a un joven toba y, en venganza, vecinos de esa comunidad aborigen incendiaron y destrozaron su casa, además de impedir a los bomberos apagar el fuego. La cadena de hechos ocurrió ayer a partir de las 15 en el sudoeste rosarino. El barrio toba de Rouillon al 4200 se fundó 15 años atrás en torno a casitas del Servicio Público de la Vivienda municipal. Y ya entonces se escuchaba sobre los problemas de convivencia entre aborígenes y “gringos” o “blancos”. Y esas conflictivas diferencias no deben ser del todo ajenas al homicidio de ayer. Cerca de las 15 un disparo rompió la calma en la despoblada cuadra de Esteban Maradona al 6100, donde parece haber una frontera entre dos formas de ver el mismo mundo. Un par de canchitas de fútbol sin desmalezar separa las manzanas donde viven unos 3.800 tobas de las habitadas por “los hombres blancos”. Y más allá del potrero, allí donde las callejuelas cambian sus nombres aborígenes por números, están los quioscos como el que había elegido Luis Alberto Armando, un joven toba de 23 años, para comprar una cerveza. Enfrente de la canchita, también sobre Maradona, está la quinta que cuida Celerino Díaz, santiagueño de 61 años. “Este hombre declaró que estaba cansado de que le robaran todo: ladrillos, chapas, cables y hasta la lechuga”, comentó el jefe de la comisaría 19ª, Rubén D’agostino.La torre de Babel. Cuando, luego del disparo, Armando cayó muerto junto a una zanja sus familiares y vecinos no dudaron en emprender la represalia contra Díaz. “Hace rato que venía amenazando”, contó Humberto Alegre, vecinalista de 53 años. Ningún toba podía decir qué había pasado, sólo decían que lo había matado “sin razones”, que “siempre estaba armado” y que siempre trataba con desprecio a los tobas. En tanto, Díaz declaraba a la policía que Armando y otro joven “habían ingresado” a la propiedad que cuidaba y que los quiso echar pero trastabilló y se le escapó un tiro de su arma calibre 22 que impactó en el pecho del joven.
Luego se refugió en la humilde vivienda que ocupaba hasta que la policía lo rescató de la ira de los vecinos, que empezaban a prenderle fuego a la casa. Personal del Comando Radioeléctrico y de la seccional 19ª alcanzaron a llevarse a Díaz, pero no pudieron evitar la destrucción de la casa. Es que cuando llegaron los bomberos para apagar el incendio, los vecinos arrojaron piedras a la autobomba, que abandonó el lugar con la luneta y el parabrisas destrozados. “Fue un momento muy difícil. Interrumpir por la fuerza lo que pasaba podría haber implicado algo muy cruento y se intervino hasta donde fue posible”, dijo el titular del Comando Radioeléctrico, Daniel Corbellini.El ruego. Horas más tarde, una mujer emitiría un particular pedido de disculpas a los bomberos: “Que nos perdonen porque no los dejamos apagar el fuego, pero ¿por qué ellos no vienen cuando se quema la casa de un aborigen como pasó hace unos días?”. La palabra “discriminación” sonaba detrás del reclamo: “Pedimos seguridad y no vienen, nunca vienen las ambulancias. Después vino un policía vino y dijo «acá se matan entre ustedes» y eso no es así. Además el que disparó fue un hombre blanco”, coreaba un grupo de aborígenes. Mientras tanto el humo se extinguía lentamente bajo una tímida llovizna y la casa de Díaz desaparecía a manos de una bronca por demás de voraz: chapas, ladrillos y hasta cables subterráneos cambiaban súbitamente de dueño, mientras los chicos terminaban de tumbar las paredes que quedaban en pie. El esqueleto de un tractor calcinado parecía ser lo único fácil de entender en una tarde incomprensible.
Entre la autopsia y el paraíso
No fue fácil para la policía retirar el cadáver de Luis Alberto Armando para realizarle la correspondiente autopsia. "Las creencias de los tobas impiden tomar fotografías a los cadáveres, así como mutilarlos, porque el cuerpo debe estar íntegro para entrar al paraíso. Hubo que explicarles que debían hacerse algunos estudios, tomar algunas muestras y extraer la bala, pero que no se le sacaría ningún órgano", comentó el jefe de la zona de Inspección 8ª, Jorge Wollschelejel. Finalmente, el cuerpo de Armando fue llevado al Instituto Médico Legal luego de realizar un acta y bajo la custodia de su tío: Catalino Fernández, que es cacique de la comunidad toba asentada en la zona sudoeste de la ciudad.
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